Que solo nos vamos quedando....

A mi no me gustaba, y sin embargo estaba ahí. O en la biblioteca o sobre la mesa, o al borde de la cama como un indeciso suicida a punto de volarse las tapas con un disparo de mil palabras. A mi no me gustaba, y sin embargo, mi madre me lo leí por las noches (por que, en el ´78 había lecturas que solo eran noctámbulas, por una necesidad universal de mantener la cabeza pegada al cuello), susurro de un libro que rompía los cristales de la ignorancia y “Oda a la pacificación” se alzaba como un grito primario de urgencias. A mi no me gustaba, no lo entendía (ese era mi pecado de niño) y no me gustaba y estaba ahí, o allí donde para impedir que una brisa de verano diera un portazo, se tendía sobre el suelo y yo lo miraba, o hacia que lo miraba, o lo miraba de lleno, pero después mentía al verlo.
En la biblioteca escasa de volúmenes, cuando no cumplía con otra misión que no fuera otra por la cual lo habían engendrado y concebido, se mantenía firma y vertical, entre Marx (forrado con un papel marrón) y una Biblia (forrada de si misma), y por una extraña reacción siempre tendía mas al primero que al segundo, pero sin olvidar este ultimo, aunque, se alejara de este.
No me gustaba, y como si fuera persistente en su necedad de no entender que no me gustaba, me seguía por donde iba, por que tiempo después me declararía Laura “si te quiero es por que sos, mi amor, mi cómplice en todo...”. Y yo, comenzaba a creer en ella, o en las palabras que no eran de ella, y sin embargo las creía igual. Meses después comprendí la universalidad de la poesía, y que el poeta dice lo que los mortales somos incapaces de traducir en el aire. Solo ellos ven el sonido de un brillo, o silencio de lo opaco.
Pero, a mi, no me gustaba, ni aun cuando comencé a fumar, ni a un en mi primer “Gracias por el fuego”, ni aun en las noches en que era posible conspirar contra la idiotez general y ya sin generales de por medio que sojuzgaran, juzgaran o jugaran con nuestros pensamientos e ideales. Noches que sobre esa línea que divide la muerte entre el amor y el después te enfrentan a los ojos tiernos de una melancolía con sabor a mujer.
Y así, sin bajar la guardia de mis preferencias, seguía en mis, ya, ladeado, lo reconozco, gusto sobre él. Acaso era cursi?. A lo mejor, popular?. Quizas, demasiada sencillez para mi. No lo se.
Lo que se, es que, no me gustaba y sin embargo estaba ahí, en la biblioteca, en la mesa, sobre la cama o en el piso sosteniendo una puerta, indefensa de brisas violentas. Estaba en la noche pre y post dictatorial. En la noche de poetas donde el Bebe me diría “nos sentiremos solo cuando creamos que todos los que fueron nuestros alguna vez, ya no estén”. Estaba en la mirada de Laura, y de las que vendrían después en nombre de Laura, o de su amor que no fue. Estaba en el bolsillo de mi guardapolvo, en el blazer, en la campera, en el saco, en el sobretodo. Estaba en la alegría y en los llantos. No. No me gustaba, y siempre estuvo ahí.

Ahora, que comenzamos a quedarnos solos, me sigue sin gustar, pero eso, es lo que menos importa, solo espero que, donde sea que este ahora, siga empecinado en creer que me gusta su ultima poesía y me siga persiguiendo para que yo, desde cualquier rincon oculto, lo lea una vez mas.